Desde hace años, en los viajes por la península siempre busco alojamientos rurales, y uno de los factores importantes a la hora de decidirme por unos u otros, son las referencias en cuanto al desayuno. Sí, lo sé, soy una maníaca de la primera comida del día, y sé que a mucha gente le da igual empujarse al cuerpo un café mejor o peor, tomar un pan o un bollo medianamente decente, incluso los hay que según saltan de la cama corren a la calle a vivir la vida en ayunas.

Pero yo no, para mí desayunar es una necesidad y un disfrute, y en un alojamiento, un signo claro del interés en ofrecer un buen servicio. La diferencia entre unos y otros establecimientos es brutal, y casi siempre, por no decir siempre, un desayuno desastroso se acompaña con otros detalles de dejadez.

Este verano hemos conocido dos casas rurales en los alrededores de Donosti. En una de ellas el desayuno te lo apañabas tú mismo a 2,5 euros por barba. Eso incluía tener que rebuscar por una cocina destartalada hasta dar con un cazo decente y limpio, una cafetera, un colador para los que no adoramos las natas en la leche, el azúcar, algún bollo industrial, quizá algo de pan, café, y al final un ejercicio práctico: adivina qué fuego funciona y cuánto tarda en calentar.

Todo esto, por supuesto sin rastro de los responsables de la casa por ningún lado. Os recuerdo el precio de esta divertida actividad: 2,50 euros. Curiosamente uno de los días no nos hicieron la habitacion. Qué cosas.


En la otra casa el desayuno costaba 4,50 euros y constaba de una jarra de zumo de naranja recién exprimido, curasanes recién horneados, bizcocho casero, un surtido de diferentes panes tostados, café expresso, leche, cacao soluble, mermeladas, mantequilla y aceite de oliva.

La dueña de la casa estaba allí en todo momento atenta a que no faltara nada, ofreciendo segundas tazas de café, sirviendo trozos de bizcocho. Por 4,50 euros, solo dos más que la casa fantasma en la que los fuegos no funcionaban. En toda nuestra estancia no nos faltó de nada, ni de día ni de noche. Es lo que tiene tener amor por tu trabajo y gusto por atender bien a tu clientela.


Estos dos ejemplos son solo una muestra de lo que pasa por ahí. Recuerdo otra casa donostiarra de la que nos hicieron marchar un día antes porque habían dado nuestra habitación, reservada con meses de antelación, a otras personas. Qué cosas, allí también el desayuno te lo trabajabas tú, y recuerdo que tuve la inmensa suerte de encontrar el culo de un pan de molde casi acabado al fondo de una bolsa. Tampoco lo regalaban. Qué buen recuerdo.

Así son las cosas, mientras unos se ocupan de llenar las habitaciones sin atender minimamente el negocio, otros se afanan por hacer las cosas bien, y son estos últimos los negocios que acaban teniendo un boca oreja que les asegura colgar el cartel de completo en la puerta en temporada alta. Los demás viven de las sobras.

Algunos entran en la hostelería con la fórmula fácil de poner en juego la vieja casa de la familia, beneficiándose de subvenciones y creyendo que con entregar una llave y rellenar un impreso todo está hecho ya. Hasta el ganado merece más atención.