Hay lugares donde no las conocen. Solo saben de ellas bañadas en vinagre y sumergidas en un bote o, si acaso, como ingrediente imprescindible de las míticas gildas. Para mí, Donosti en verano es muchas cosas, una de ellas es comer guindillas frescas fritas en cada comida, incluso días después de volver a casa.

En Madrid, a principios de Julio, Sacha Hormaechea me contaba que le había llegado, llamémosle así, una partida de guindillas frescas, verdes, maravillosas. Un fuera de carta preciado y precioso para pocos afortunados. Los ojos me dieron vuelta y hubo una mirada de complicidad verde y alargada.

Guindillas fritas
En verano, las verdulerías de Donosti presumen de estas joyas y en las calles podemos ver, junto al tomate del país, cajas de las que rebosan estas pequeñas angulas de huerta. Este año, la primera comida donostiarra recién llegados fue en Mendizorrotz: el primer platillo, unas guindillas fritas como el Basajaun manda.

Si os las ofrecen lejos de estas tierras, decid que sí. Si os dicen que cuántas queréis, no bajéis del kilo, os alegrarán varias comidas calurosas. Si viajáis por Gipuzkoa, buscadlas (en Donosti os saldran al encuentro). Escoged las que se muestren más pequeñas y verdes. Una vez en vuestras manos, escaso aceite en una sartén bien caliente, saltear sin parar unos pocos minutos y, una vez en el plato, añadir sal (por ejemplo de Añana), servir y comer de inmediato con las manos (por favor).