Hace ya más de un mes que volví de Nueva York y no pasa un día en que no sueñe con un bol de ramen de Momofuku Noodle Bar. Esta era una de las paradas innegociables en el viaje; desde que vi a David Chang en San Sebastian Gastronomika 2010, tuve como objetivo conocer la casa madre de su imperio gastro.

A mi familia le daba igual ocho que ochenta, no compartían ninguno de los sentimientos que me llevaban al 171 de la First Avenue. Se puede decir que iban tras de mí con el único objetivo de comer y seguir pateando. Yo deseaba, esperaba, más, mucho más que solo comer.

El local se funde en la calle como un camaleón, con una fachada pensada para no destacar (ni falta que hace). Moderno, atestado, y limpio de formas, a la entrada nos recibió una gran mesa común dispuesta junto al ventanal. Más adelante estrechas mesas y taburetes de madera, y a la izquierda la joya del local: la cocina/barra de la que salen los platos.


Un taller, laboratorio, sala de currele en la que todo parece bien engrasado y limpio. La partida reluce, resaltan los colores, hay una increíble rotación y los cocineros no dejan de moverse. Agitan huevos pasados por agua, capturan finos cortes de pollo, acarician los cazos con el cucharón para bañar de caldo los cuencos. Enormes cuencos que se llenan de delicias. Verduras verdes como no se ven por estos lares.

En un primer momento nos ubicaron en una de las mesas, pero pasado un minuto, después de servirnos tres rotundos vasos de agua, nos pidieron que dejáramos la mesa libre y comiéramos en la barra. Seguro que San Pascual Bailón medió en ello, era donde quería comer desde el principio. A las disculpas del camarero yo respondí con una enorme sonrisa. Podría haberle abrazado de no estar contenida de emoción ese mediodía.


Mientras mi familia peleaba con el palillaje, yo extendí una campana de aislamiento a ambos lados y me concentré en comer y disfrutar, cotillear, observar el ritmo de trabajo, sonreír, y sorber caldo. Justo debajo de mis ojos pasaba cada diez minutos una partida de huevos que abrían y agitaban para acabar coronando los platos. Movimientos automáticos de muñeca y una sonrisa para mostrarlos a la cámara. Además de profesionales, majos y enrollados como solo pueden serlo los que están orgullosos de hacer bien su trabajo.


La comida fresca, bien elaborada, y sabrosa. Comimos distintos platos de ramen. Desde mi cápsula pude ver de reojo unos Momofuku Ramen y Goat Ramen de pinta fabulosa. Compartimos, en la medida de mi temporal autismo, unas buenísimas Fingerling Potatoes. Yo ataqué un muy picante Spicy Chicken Ramen (del que no quedó ni gota) con un cervezón Bengali Tiger y el agua que no faltaba en todas las mesas y rellenaban al momento. Veintisiete dólares por persona y un dulce de cortesía para terminar la comida. 

Cuando pagamos la cuenta y salimos de allí, bajé mi mampara y pregunté: 
-¿Os ha gustado? 
Poco me importaba la respuesta. 

Momofuku Noodle Bar

171 1st Ave  New York, NY 10003, EEUU
No se admiten reservas
Precio medio: 25 USD

Más imágenes de Momofuku Noodle Bar en mi galería de Flickr.