Esta historia se remonta al Clásico Tardío Maya, cuando me calzaba la chaquetilla a diario. Los domingos en la cocina tenían un tinte especial: mortecinos, somnolientos, vacíos. Al comedor llegaban escasos clientes, algún vasco alojado en el hotel y acaso una familia despistada sin norte dónde comer.

La noche canalla me devolvía allí hormigueante de sueño y en la puerta me saludaba mi jefe de partida con algún exabrupto. Era un hombre estresado, que además de las diez horas de servicio se apretaba a diario el trabajo de fondo del restaurante de su familia.

Los domingos el jefe de cocina libraba, y todo lo manejábamos entre tres. Nos sobraba tiempo y tedio. Algunos clientes del hotel bajaban al comedor y saludaban en la cocina. Nos pedían algo fuera de carta para comer como en casa, y salían por Madrid a quemar la tarde.

El maître entró en la cocina con una comanda en la mano mientras con la otra se ordenaba los genitales, como era su costumbre.

- Marcha un consomé con huevo para el Señor Pollas.

El consomé siempre estaba en el mismo cazo, en el mismo lugar, en la mesa de servicio bajo la partida. Calentábamos una ración y la servíamos. Al cogerlo me pareció diferente y pregunté al Señor Estrés, mi jefe a la sazón.


- es consomé
- ¿estás seguro?
- sí, déjate de chorradas y sírvelo.

Hice lo propio y coloqué el huevo entero junto al cuenco. A los cinco minutos el maître entró en la cocina lívido, con el consomé en una mano y la otra junto a la cabeza.

- ¿Quién ha marchado este consomé?

Aceite, era aceite. Había servido un cuenco lleno de aceite hirviendo con un providencial huevo que se frió ante los horrorizados ojos del cliente. Me retraté y busqué los ojos del Señor Estrés. Él dijo no saber nada de ningún cazo y no haber dicho nada sobre ningún consomé. Aquello era la puta jungla.

Aquel inocente huevo se convirtió en el héroe que me salvó el culo y al cliente de abrasarse el esófago. Nunca volvió a entrar a la cocina para saludar, la mañana en que me disculpé con él fue la última que le vi. Nunca volví a confiar en el Señor Estrés y a partir de entonces siempre comprobé por mí misma el contenido de cualquier cazo, contenedor, bandeja.