Supongo que era la comida, pero nos la sirvieron a las 11:30 hora española, poco tiempo después de despegar de Barajas. La norma en esta aerolínea es que los viajeros no se deshidraten, que beban como si fueran a hacerse una ecografía ginecológica. Nada más pegar el culo en el asiento, cuando el comandante estimó que la cosa ya estaba nivelada, los aeromozos comenzaron a empujar los carritos. Milk, coffee, wine, beer, y orange juice entre otros. Para mí orange juice, que es lo que mejor pronuncio, gracias a las clases express de Minue.

Quickly, quickly, nada más terminar de recoger los vasitos, empezaron a servir la comida. Un amaiketako más bien. Si hubiera estado en tierra firme, habría pensado que tenían prisa por echarnos de allí, pero estando a un montón de pies sobre el océano, era del todo improbable. Seguimos indagando de dónde venía tanta presteza.  Tras un segundo servicio de orange juice, hidratadísima como la piel de Megan Fox, llegó la bandeja. Que si queríamos lasaña de verduras o paella de pollo; en homenaje a los amigos valencianos, tuvimos clara la decisión.




El combo se componía de la citada paella, una microensalada, pan, salsa rosa, una tarrina de queso, mantequilla, galletas, crackers, y agua mineral. Al probar la paella no esperábamos encontrar socarrat al fondo, pero tampoco coliflor, para qué engañarnos. Os podéis imaginar el nivel, poco más puedo decir, así son los cáterings de avión. La ensalada tenía lechuga iceberg cortada con valentía en lascas, dos tomates cherry, y zanahoria rallada. Con la salsa ganaba mucho, de verdad, hasta el punto de poder ingerirla sin consecuencias fatales.


La mantequilla era President, y estaba en un buen punto de temperatura, así que untamos un poquillo en los crackers. El pan tenía aspiraciones, ya sabéis, que le habían puesto un poco de harina por fuera para evocar a la tahona del pueblo, pero estaba en ese punto de textura que lo hace perfecto para calzar mesas. Aún así, untamos dos elásticos trozos con The Laughing Cow, La Vaca que Ríe de toda la vida.


De postre dos cokies de naranja y coco, aceptables y crujientes. El tercer orange juice llegó poco antes de retirar la bandeja, me sentí como un jubilado en una residencia geriátrica, tremendamente hidratada.



Comer y fotografiar es un arte, hay que medir los tiempos para hacer las dos cosas a la vez. Hablando de tiempos, en American Airlines están obsesionados por la rapidez, así que tienen un tiempo estimado para que el pasajero engulla todas esas mignardises: 9 minutos 42 segundos. Cuando hice la foto a la ensalada, a los de delante ya les estaban recogiendo la bandeja. Quickly quickly.