Desagradable sensación, no sabría como explicaros la impresión que me produjo, en la mañana del cinco de enero, girar un pasillo de hipermercado y encontrar un ejército de pequeños soldados azules, luciendo un rótulo en su pechera que rezaba: Roscón Artesano.

Artesano, claro, y habría unos tres mil bollos con agujero esperando a salir de allí montados en un carro. De combate, roscones de combate, fabricados en masa y a saber con qué masa. De existir un artesano rosconero, a esas horas seguro que ya se habría pegado un tiro enloquecido.
Artesano: U. modernamente para referirse a quien hace por su cuenta objetos de uso doméstico imprimiéndoles un sello personal, a diferencia del obrero fabril. (R.A.E)

Increíble cómo desvirtuamos el significado de las palabras con tal de vender, y sobre todo, cómo nos dejamos engañar en general ante esos pobres (pero eficaces) reclamos. Si un hipermercado fabrica miles de roscones será porque los vende. Si los denomina artesanos y cuela, mejor para ellos. Si los compramos y nos creemos que detrás de ellos hay un trabajo artesano (sello personal), nos merecemos lo que comemos.

De vuelta a casa me puse a amasar, a tocar huevos (de gallina, sin malicia), a derramar harina por el suelo. Saqué a pasear la masa madre. Olfateé naranjas, esencias, y sentí la masa bajo mis manos, la vi crecer.



El resultado es el que veis en la imagen, realizado finalmente según la receta de Webos Fritos, con alguna inevitable variación. Unas frutas escarchadas compradas en la tahona de mi pueblo me volvieron loca por un momento, en ellas no había ni rastro del trabajo de ningún obrero fabril.

Recomendable lectura, un vistazo a siete maneras de hacer un  roscón, por Mikel Iturriaga en El Comidista.