El día se presentaba intenso. La primera jornada de Virgen Extra de Jaén 2.0 había sido un aperitivo de lujo previo al banquete de experiencias e información que estaba por llegar. El salón bullía en el desayuno, ese momento delicioso en el que nos volvimos a encontrar con los ojos aún hinchados por el sueño. Pan, aceite, fruta, cafés y charla.

Desandamos el empedrado de las calles de Ubeda al encuentro del autobús que nos conduciría ese día por las venas de Jaén. Peal de Becerro, Torreperogil, Cazorla y vuelta a Ubeda. La primera parada, en la Sociedad Cooperativa Nuestra Señora de la Encarnación, nos convirtió por un momento en niños chicos cuando bajamos del autobús, tanto que ver que dejamos sentir una cierta excitación.

Alcanzamos la zona más alta de las instalaciones, en la cual un remolque dejaba caer la aceituna sobre una vibrante rejilla. De allí, a las cintas transportadoras y a las tolvas, donde empieza el proceso de obtención del aceite de oliva. Esta zona, techada al aire libre, es una sucesión de puestos controlados por una caseta, en la que opera un trabajador al control de los mandos. La oliva recorre un leve viaje para molturarse y convertirse en aceite en una nave aneja.


En la ruidosa nave se alinea la maquinaria que da servicio a cada puesto, cada partida de aceite está así perfectamente identificada. La primera mirada es para un torrente de líquido de color pardo, que posteriormente, tras pasar por tubos y depósitos, se convierte en un maná de color verde luminoso, ya solo aceite, libre de alpeorujo. A la salida, en el exterior, vemos salir el orujo, una masa marrón oscuro, de la que nos cuentan se procesa el aceite de orujo de oliva, dejando para la planta de reciclado los contaminantes restos que de allí se decantan.


A algunos nos costó dejar la nave, fascinados por el proceso y por las verdes fuentes oleosas, pero junto a los enormes depósitos en los que se almacena el aceite de oliva virgen extra, obtenido entre noviembre y diciembre, nos esperaba el resto del grupo, alborotados junto a una larga mesa.


Los depósitos tienen tres grifos, cada uno da muestra del aceite en sus distintos tramos. Fernando Ortega, armado de varias botellas, fue llenándolas con el oro líquido sin filtrar. En los platos trozos de pan regados con aceites de oliva virgen extra, desayuno molinero, un momento de descanso y puesta en común.


De allí, rodando al tajo aceitunero, en Torreperogil. En el campo, un grupo de trabajadores recogía aceituna; una lona extendida a los pies del olivo para separar la aceituna de vuelo y de suelo, un vareador que agita el árbol (el método menos lesivo para la oliva), sopladores que separan las hojas de los frutos, una perfecta labor de recogida realizada con ayuda de un pequeño tractor, y vuelta a empezar con otro olivo.

De nuevo una nube de disparos, queríamos fotografiarlo todo, saber, empaparnos. Todo menos hundirnos en el barro. Pero no nos íbamos a librar fácilmente de eso, así que desandamos el camino como astronautas patosos, con dos kilos de barro en cada bota.


Una nueva parada, ya en Cazorla, donde nos acogió el restaurante La Sarga, primero con una demostración a cargo de José Lorente, que preparó un ajoblanco de piñones. Más tarde, degustamos un extenso menú, antes de dar un paseo por Cazorla y tomar el autobús de vuelta a Ubeda.

La cena, en el restaurante Zeitúm de Ubeda, fue un momento de relax y placer. Mucha charla, risas, y unos platos sorprendentes rozando la perfección, de la mano del equipo de Anselmo Juarez. Un gran colofón a un día intenso, para cuyo cierre Andrea Pezzini de Artificis, que ejerció de impecable anfitrión durante todas las jornadas, nos tenía preparado un regalo, una mágica sorpresa. Junto a él, de madrugada, visitamos un entorno increíble que a muchos nos dejó sin habla: La Sinagoga del Agua. Pero esa... es otra historia.