El inicio del mes de febrero traía siempre una dulce sorpresa bajo el brazo de mi padre. Él viajaba constantemente atendiendo sus clientes, y recaía con frecuencia en Eibar, donde en poco tiempo tejió buenas amistades, que cada tres de febrero le obsequiaban con varias tortas de San Blas.

Por la tarde se abría la puerta y llegaba él, con su maletín en una mano y en la otra una abultada bolsa en la que se guardaba el tesoro: dos o tres Sanblases, como terminamos llamándolos en casa, fragantes de anís y relucientes en su blanca cobertura.

No duraban mucho, ricos y adictivos como pocos dulces, creo que en algún momento llegaron a esconderlos de mi vista para poder racionarlos. Yo siempre le pedía a mi madre que los hiciera, pero ella me decía que no, que eran muy difíciles y que primero había que verlos hacer.

He tardado cuarenta años en decidirme, pero nunca es tarde, como nadie se ha dignado enseñarme, y el tiempo es finito, este febrero no lo he dejado escapar, y aquí tenéis mi receta de Torta de San Blas.

Receta de torta de San Blas

Ingredientes para una torta (a multiplicar al gusto)
  • 250 gr. de harina
  • Una cucharadita de impulsor (levadura Royal)
  • Un huevo entero y dos yemas
  • 75 gr. de manteca de cerdo
  • 250 gr. de azúcar
  • 10 gotas de esencia de anís
Para el baño blanco
  • Dos claras de huevo
  • 150 gr. de azúcar glass
  • Unas gotas de zumo de limón
  • Tres gotas de esencia de anís



Cómo hacer la torta de San Blas


Calentamos la manteca de cerdo al baño María. Cuando esté disuelta,  cambiamos el agua caliente por fría para que la manteca se atempere y tome un poco de consistencia. Mezclamos todos los ingredientes de la torta en un bol y amasamos. Cuando la masa empiece a estar compacta, seguimos amasando en la tabla, con las manos mojadas de aceite de oliva virgen extra. Si es el aceite es de la variedad Royal, mejor que mejor, algún día os hablaré de cómo resulta este aceite en repostería, por su suave y fresco frutado.


Cuando la masa ya no se pegue a la tabla, la dejaremos reposar durante una hora dentro de un bol limpio y ligeramente untado en aceite de oliva virgen extra, cubierto con un paño húmedo. Precalentamos el horno a 180º.

Pasado ese tiempo, extendemos la torta sobre papel de horno con el rodillo, dándole forma ovalada. Con un cuchillo afilado, vamos haciendo unas hendiduras en el borde para darle forma rizada. Horneamos durante 15 minutos.


Es conveniente hacer el baño blanco con cierta antelación, para poder aplicarlo a la torta nada más salir del horno, aún caliente. Preparamos de nuevo un baño María, en el cual pondremos las claras al calor, junto con la mitad del azúcar glass. Movemos sin parar para que se disuelva, y vamos agregando el resto del azúcar poco a poco. Añadimos unas gotas de zumo de limón, y batimos con una batidora de varillas para levantar las claras. Por último, añadimos dos gotas de esencia de anís.

Cuando la torta esté horneada, la sacamos del horno y aplicamos el baño blanco de inmediato. Apagamos el horno y dejamos que la torta se seque dentro, con la puerta del horno abierta, para aprovechar el calor residual. Es conveniente que la torta repose al menos ocho horas a temperatura ambiente.


Creo que, finalmente, la mayor dificultad de hacer una torta de San Blas, es encontrar esencia de anís. Hay una leyenda urbana que dice que se encuentra fácilmente en farmacias, pero os juro que en todas las que he visitado, amén de herbolarios y parafarmacias, me han mirado como si les hubiera pedido cuarto y mitad de chuletillas de cordero. Al final me he tenido que conformar con un preparado de una conocida marca al que no dejo de mirar con recelo, aunque el resultado final ha sido bastante bueno.


Tradición


El día de San Blas se celebra en Eibar elaborando y comiendo esta torta. La tradición es tan arraigada que, como nos cuentan en Madrid tiene miga, frente a la iglesia de San Andrés hay una estatua que representa dos niños llevando tortas a bendecir. Las tortas se llevan envueltas y atadas con un cordón, el cual, ya bendecido, se lleva nueve días atado al cuello y luego se quema para proteger la garganta de enfermedades.